sábado, 6 de marzo de 2010

El género como una realidad compleja y exclusivamente psicosocial

¿La noción del género propio está influenciada únicamente por el lugar de procedencia y desenvolvimiento de la persona? ¿Qué otros agentes de socialización o circunstancias biológicas predisponen y mantienen la afirmación de inmensas diferencias entre los individuos de sexos opuestos? ¿Qué efectos tienen tales divergencias cognoscitivas en la mayoría de comunidades? ¿Tal concepción genérica fue realmente tomada en cuenta en los estudios e investigaciones iniciales sobre la salud mental y el bienestar integral de las personas? Estas son algunas interrogantes que son motivo de discusión y debate en muchos encuentros y ámbitos académicos. El género ha constituido desde hace ya algunos años una concepción que causa controversia y polémica entre los teóricos y autores que han investigado sobre este tema psicosocial, pues resulta interesante distinguir los múltiples significados que tiene en diversos espacios socioculturales.
Es sabido que, paradójicamente, la realidad del género no ha sido lo suficientemente analizada en siglos pasados. Años atrás, no se le dio la importancia debida, ni se procuró profundizar en su origen y trascendencia social, tal vez por una actitud tradicional generalizada en varias partes del mundo. Recientemente, se ha comenzado a hablar y escribir en torno a sus contenidos subyacentes (Fernández, 1996). Hoy en día, es evidente que ahondar en tal aspecto humano tiene un alto nivel de relevancia para distintos campos de estudio, como la psicología, la filosofía, la sociología, la antropología, entre otras ciencias humanas y sociales. Diversos investigadores han demostrado tanto el génesis psicológico del género como el impacto y repercusión en la psique de roles y estereotipos. Se considera un factor causante de la inequidad, de la desigualdad social, de la discriminación y marginación de la mujer de las esferas de poder social, económico, político, religioso, entre otros (Raguz, 1995). En otras palabras, así como la marcada divergencia cultural, la malinterpretación del género como producción social, por parte de algunos individuos y grupos étnicos, tiene consecuencias tales como la violencia y la desproporción de oportunidades de toda índole.

En primer lugar, la reconocida base social de los atributos y naturaleza del género garantiza que este surge del descubrimiento y la percepción que el individuo realiza del mundo que lo rodea, de las prácticas culturales convencionales que registra en sus espacios de socialización más próximos y frecuentes.
Por ello, es elemental señalar que el género es y debería ser concebido como una construcción sociocultural que, en muchas magnitudes, predispone y condiciona los roles de una persona de sexo femenino y el papel de una persona de sexo masculino. La persona se va creando ciertas representaciones mentales que lo hacen actuar de una manera justificada y aceptada en su comunidad. Relaciona una serie de pensamientos, motivaciones y emociones apropiados y esperados debido a su sexo, y se autorregula y se siente con la capacidad de evaluar y calificar el comportamiento de los demás como adecuados y correctos en respuesta a su sexualidad.
Sin embargo, no se conoce una teoría estricta que establezca parámetros y normas rígidas que sean indispensables e imprescindibles para pertenecer al género masculino o femenino.
En lo que concierne a la autodefinición o a la identidad, tanto genérica como sexual, se considera saludable que ninguna de estas tarde en definirse e integrarse de acuerdo a los periodos vitales que va atravesando la persona. Especialmente, la identidad sexual debe precisarse antes de la adultez, puesto que este autoesquema se torna necesario para la salud y el respectivo desarrollo psicosocial de un individuo.
La latente asociación entre las etapas del desarrollo humano y la adquisición de la identidad genérica, permite que se las vincule en términos de que dichos periodos tengan un fuerte impacto psicológico en la identificación y redefinición del género. Como ya se explicó anteriormente, en la configuración de género están implicados tanto factores socio culturales como interpersonales. Entre los componentes socioculturales están el hogar y la escuela, esta producción social se origina desde muy temprana edad en el ser humano, principalmente, en los primeros ambientes de estimulación y socialización.
Desde que el bebe nace, es concebido de una forma particular debido a su sexo, es decir, suele ser categorizado y se justifica su comportamiento, de acuerdo al sexo al que pertenece. Por ejemplo, se espera que las niñas sean más delicadas, pasivas, dulces y encantadoras, y que los niños se muestren más fuertes, competentes, dominantes y rudos. En tal sentido, se puede afirmar que el conocimiento del género se asimila de forma consciente, por lo que se observa, y de modo relativamente inconsciente, por la forma en que incorpora y atribuye un comportamiento determinado, por la manera en que se le presenta la información del mundo. Por un lado, por la observación, por un aprendizaje de tipo vicario, en el que se imita la conducta de un modelo, por las consecuencias que este modo de ser y actuar traen consigo. Perciben que los idénticos en género son de alguna forma recompensados y la frecuencia con la que prestan atención a estos estímulos hace que aprehendan e imiten las conductas observadas.
En la adolescencia, factores individuales e interpersonales dan pie a la redefinición sexual y de género, pues la gran magnitud de cambios biológicos y psicológicos tiene tal impacto que implican la formación de una nueva imagen física y social mostrada al mundo exterior.
. Los padres incluso en esta etapa van seguir siendo referentes primordiales y condicionantes del desarrollo sexual y de género, por sus características personales, por la configuración y la experiencia de familia y por las cualidades, conductas y roles de los miembros de la familia.
En esta etapa, los amigos representan un grupo muy importante y dominante en el comportamiento y en las decisiones de los jóvenes, por ello, el que forme parte de un círculo amical muy influyente en sus vivencias puede tener consecuencias tanto positivas como negativas. Es decir, puede ocasionarle mayor seguridad en la identidad genérica y sexual, pero a la vez el desarrollo de conceptos sobredimensionados acerca de la masculinidad o feminidad, según sea el caso. Este fuerte vinculo, puede hacerlos agentes pasivos de su desarrollo, en el sentido que puedan perder protagonismo en sus decisiones y, en algunos casos, captar e internalizar posturas machistas o feministas.
Se va estructurando y vivenciando con mayor convicción la masculinidad o feminidad en cada persona, como expresión de la asimilación constante de ideas compartidas socioculturalmente. Existe una gran cantidad de factores internos y externos, tales como, las alteraciones psicofisiológicas, los prejuicios, la familia, los amigos, la pareja, que contribuyen a que la identidad genérica se consolide y se exhiba o a que se reprima y oculte. La realización sexual y de género en el adulto tiene importantes implicaciones psicosociales, como la posibilidad de encontrar una pareja, de ser padres y de lograr un buen desempeño laboral. En esta etapa, tanto varones como mujeres, tienden a adquirir mayor responsabilidad, y, por ende, tienen una multiplicidad de roles (parental, conyugal y laboral), en respuesta a las necesidades personales y a las demandas sociales. El individuo opta por cumplir aquellos roles específicos de su género que, seguramente, le darán mayor reconocimiento y prestigio social entre sus pares.
Asimismo, se suele pensar que el éxito en la carrera profesional constituye el elemento más significativo de la identidad genérica de los varones y crear una familia forma parte esencial de la identidad de las mujeres. Se puede ver que al llegar a esta etapa, tampoco se puede decir que se tiene una identidad sexual y de género totalmente sólida, pues se sigue reestructurando. Se incorporan una mayor cantidad de conocimientos acerca del otro género, puesto que en ocasiones, los hombres y las mujeres ya viven con las parejas, tienen hijos y, por tanto, atraviesan por un proceso importante de redescubrimiento de nuevos roles.
Posiblemente, muchos piensan que en la ancianidad ya no es posible o esperable que las personas redefinan su identidad genérica y sexual. Probablemente, las emociones y sentimientos negativos sean mas frecuentes, así como la disminución de autoestima y autovaloración. Seguramente, debido a enfermedades los ancianos estén más predispuestos a presentar cuadros de depresión o ansiedad, pero ello no significa que, necesariamente en todos los casos, haya ausencia de automotivacion y optimismo. Así tampoco se puede decir que estas personas ya tienen una identidad sexual y de género totalmente sólida, pues se sigue reestructurando (Fernández, 1996).

En segundo lugar, es posible afirmar que, debido a que la masculinidad y la feminidad, en muchos casos, son consideradas estereotipos restringidores o limitadores de sociedades equitativas en género, son percibidos como disociadores sociales. Como resultado, no se presta la debida atención al potencial del género femenino, en ocasiones segregado o degradado, lo cual impide que una población sea percibida como homogénea e igualmente hábil y capaz.

En tercer lugar, entre los efectos latentes de una desigualdad de género extrema se pueden distinguir, el sexismo en la crianza y en la enseñanza escolar, los fenómenos de machismo y feminismo, y la discriminación y violencia entre individuos. El sexismo desde los primeros años es una característica perjudicial de algunas instituciones educativas, pues propicia que la escuela sea una instancia, un momento vivido sin libertad, en el que se priva a los niños de la diversidad, en vez de ser un lugar de relaciones realmente educativas y de construcción de civilización (Lomas, 1999).
Si hoy en día se continúa socializando diferencialmente a los sexos, se creará y aun se tendrá hombres más masculinos y mujeres más femeninas. Ello provocaría inevitables conflictos y desigualdades sociales, puesto que las disputas a las que se enfrentan estas congregaciones sociales se tornan cada vez más interminables. Dado que las concepciones de machismo y feminismo pueden ser percibidos como fenómenos generados por el ámbito sociocultural en el que cada persona se desenvuelve, en ocasiones, suponen diferencias en torno a habilidades, capacidades, intereses, rasgos de personalidad y conductas(Raguz, 1991) .
No obstante, también depende mucho de la forma en que ambos, tanto mujeres como hombres, se perciban a sí mismos como agentes pasivos o activos de su desarrollo y realización en los diversos ámbitos de acción.

No hay comentarios:

Publicar un comentario